El principal objetivo de las terapias es lograr la integración del menor en su entorno habitual
Marcos y Lucas, atendidos en el Centro de San Juan Grande, son sólo dos ejemplos de cómo una adecuada intervención puede cambiar considerablemente la calidad de vida de los menores y sus familias
Cada 16 de junio nuestro país conmemora el Día de la Atención Temprana, en recuerdo de la fecha del año 2000 en que se presentó en Madrid el Libro Blanco de la Atención Temprana y que recoge los pilares sobre el conjunto de intervenciones específicamente encaminadas a prevenir o minimizar los efectos negativos de los trastornos del desarrollo en la vida cotidiana de las personas.
Se calcula que hasta un 10 por ciento de la población infantil puede presentar o tiene riesgo de desarrollar algún trastorno que impida su desarrollo al mismo ritmo que los demás. “Para ellos y sus familias están destinadas las actuaciones que se desarrollan en los centros de Atención Temprana, cuyo principal objetivo es favorecer la integración de los niños en su entorno, creando contextos en donde los menores puedan interactuar con normalidad y en óptimas condiciones”, explica Cristina del Rey, coordinadora del Centro de Atención Infantil Temprana de San Juan Grande.
Y esta atención especial se llama temprana porque está principalmente dirigida a la población infantil entre 0 a 6 años, dado que es en esta etapa de la vida cuando existe mayor capacidad de asimilar y de integrar experiencias, gracias a la neuroplasticidad. “Los niños son como esponjas y hay que aprovechar esta capacidad porque posibilita la mejora de los resultados de las intervenciones”.
El Centro de Atención Infantil Temprana de San Juan Grande trabaja en la actualidad con un total de 131 familias. El abordaje se lleva a cabo de forma multidisciplinar por profesionales de la logopedia, la psicología y la fisioterapia. Los trastornos que se abordan son muy variados, aunque hay una alta prevalencia de menores con Trastornos del Espectro Autista (TEA), trastornos específicos del lenguaje; trastornos cognitivos; menores con daño cerebral; con retraso evolutivo no especificado o menores con prematuridad, por destacar algunos. “Los bebés prematuros y sobre todo los nacidos antes de la semana 32, nacen con inmadurez a nivel general, por lo que tienen riesgo de sufrir algún tipo trastorno, ya sea de crecimiento, neurológicos, sensoriales y/o psicológicos”.
Este es, por ejemplo, el caso de Marcos, que nació en la semana 27 de gestación y recibe terapias de atención temprana desde los tres meses de edad. Su madre, Laura, vive sus días dedicada por entero a las necesidades de su pequeño, que a partir del próximo mes de septiembre irá por primera vez al “cole”.
Laura nos cuenta el miedo con el que se enfrentó al parto temprano, con la gran preocupación de cómo nacería el niño y, sobre todo, pensando en las secuelas que la prematuridad podría dejarle. “Antes del momento del parto me contaron todas las posibles secuelas que podría tener el niño de por vida, como por ejemplo que a lo mejor no podría andar; o que tendría retraso neurológico… Así que los primeros meses estuvieron llenos de miedos y preocupaciones”.
Ahora, cuando Marcos está a punto de cumplir los dos años, sonríe feliz observando a su pequeño jugando con la pelota o trasteando con los juguetes de la sala de fisioterapia. “No para ni un segundo; charla un montón, con un vocabulario muy extenso y hasta conoce los colores; le encanta bailar y chapotear en la piscina”.
Su terapia se centra en aspectos como intentar corregir la inestabilidad de la marcha, ampliar la movilidad del tobillo, trabajar la coordinación de los dos hemicuerpos así como trabajar el lenguaje y el razonamiento. “Una de sus principales dificultades era su incapacidad para mover la lengua, algo que le afectaba no solo a la hora de hablar, sino también en el momento de comer. Pero poco a poco vamos consiguiendo que también aprenda a masticar”.
Rosario es otra de las madres que acude todas las semanas al Centro de Atención Temprana de San Juan Grande con su hijo Lucas, de 5 años, diagnosticado de Trastorno del lenguaje no verbal y autismo infantil. “Yo tuve problemas durante el parto. En un principio, cuando empezamos a notar que Lucas no reaccionaba como los demás bebés, lo achacábamos a las dificultades del parto o incluso llegamos a sospechar que fuera sordo, porque cuando le hablaban los extraños no daba señales de respuesta. En una de las consultas de control del niño sano lo comentamos con el pediatra y nos remitió al especialista para valoración. Cuando nos dieron el diagnóstico, fue un jarro de agua fría. Yo lo pasé fatal y no paraba de darle vueltas al tipo de vida que le esperaba a nuestro pequeño”.
Lucas recibe terapia de atención temprana desde hace tres años y, entre los grandes avances conseguidos, destacan su dominio del lenguaje y el nivel de socialización con los compañeros del colegio. Su madre se muestra ya mucho más tranquila porque comprueba cada día que es capaz de llevar una vida completamente normal al igual que el resto de los niños de su edad.